TOCATE UN HUEVO

Para empezar tóquese un huevo, mire, si piensa seguir leyendo esto tóquese un huevo, una teta o lo que corresponda, pero de todos modos si es supersticioso siga husmeando otra cosa, porque esto que le voy a contar es un caso serio, y mire que yo no creo una mierda de estas cosas, pero… que pasan, pasan.
Yo a Emilio Municcini lo conocí en el colegio, pero en el colegio secundario, digamos que éramos ya un par de matungos importantes de unos 16 años. Habíamos caído por desgracia en ese colegio huyendo de experiencias aún peores y, como siempre pasa entre los nuevos armamos algo así como una amistad, o al menos lo que a esa edad se considera tal cosa.
El caso es que Emilio era un tipo muy pusilánime, de esos que tienen a flor de labio el “ojo, puede fallar”, de esos forros que cuando vamos a hacer algo que solo podremos hacer a los 17 años saca una voz de la conciencia de no se donde mierda que nos baja la moral al piso y nos da ganas de volver a apolillar hasta el día del juicio final.
Jamás salió con nosotros de noche, en realidad jamás salió, a no ser para jugar al fútbol, ahí debo reconocerle dotes importantes, era habilidoso un 10 de los buenos, con criterio, aunque tenía un defecto, para mí, exasperante: ante la menor adversidad bajaba los brazos y se nos iba del partido. Entiéndame que yo siempre fui un rústico, ya fuera como delantero o defensor siempre fui de los que tenían que poner empeño y a los que poníamos empeño nos daba lo mismo ir ganando que perdiendo si siempre nos teníamos que romper el orto, pero él, él que tenía las virtudes naturales, no, se nos echaba a menos poniendo caritas de que vamo’ a hacer, no se puede y no se puede.
Pero igual no es la cuestión, la cuestión es que Emilio era mufa, era un mufa de la puta madre que lo parió, de esos importantes, uno de esos que de no ser porque uno era su amigo era mejor cruzar la calle cuando le veía venir. Pero aparte, no era un mufa así nomás, no, era uno de los pesados de los que llevan la desdicha grande, digamos que era una escoria humana.
Encima, no quiero mentir, pero vio como son estas cosas, se parte del mito y después se interpretan las historias, acá fue al revés primero vinieron los hechos, es decir, que cuando empezamos con el tema de que Emilio era mufa, nadie lo ponía en duda, ni mi vieja que pedía piedad para el pobre pibe, pero igual se agarraba la teta.
El punto de partida registrable, porque no tengo dudas de que algo antes ya habría pasado y, entretenidos en amores juveniles, lo dejamos pasar, fue durante una clase de inglés un miércoles al mediodía. Resulta que la profesora, la pobre Sra. Williams Ermida, debía entregar las notas de las pruebas que había tomado un par de semanas atrás, ese día se reintegraba a clase ya que había fallecido su marido pocos días antes. El tema fue que empezó a entregar las pruebas sin mayores comentarios para cada uno, eso hasta que llegó el turno de Emilio.
- Municcini – la voz se le acongojó – tenés un 6. Ah, mientras corregía tu prueba, al lado de su cama, se murió mi marido.
La puta que lo parió, ¿no?, mire, si yo le pudiera contar lo que fue ese silencio, si pudiera, ¡si pudiera me darían el Nobel de literatura! porque no se puede explicar. Nos corrió como un frío, algunos se rieron, los adolescentes son crueles, casi como los niños.
Yo entiendo que Emilio todavía la culpe a la pobre Sra. Williams Ermida, él sigue repitiendo que ella lo estigmatizó, que fue ese comentario el que lo catapultó a una fama tan indeseable. Pero los hechos posteriores no hicieron más que agigantar esa fama.
La cosa, acá le tiro una hinchada en contra, pero el hecho fue verídico, se puso castaña oscura cuando decidió ir a ver a su Ferrocarril Oeste, Ferro, que venía 6 fechas invicto, puntero solo, iba a cancha de Vélez, su clásico rival a defender la punta…y ahí fue Emilio, Ferro perdió, el partido y la punta y ese fue el puntapié inicial para la campaña que lo sepultó en el ascenso del fútbol argentino, del que vale aclarar hasta el día de hoy no logró volver. De Ferro no era el único y todos y cada uno de los demás le hicieron saber su culpa por la desgracia verdolaga.
Otra, de remate, fue cuando se tomó un taxi para las 7 cuadras que separaban su casa del colegio, ese día llegó tarde, como a las nueve, una menos cuarto salimos, como cada día…el taxi estaba a pocos metros del colegio…pero con el eje desencajado, hecho mierda el coche.
Matías Zannardi nunca se va a olvidar de Emilio, seguro que no, al menos cuando se mire el dedo gordo del pie izquierdo va a recordar el día que, jugando al fútbol en Caballito, lo quiso gambetear (Matías tenía una gambeta de zurdo que metía envidia) y sin tomar contacto se enterró la punta del pie en la alfombra de la cancha y se arrancó el dedo propinándonos un espectáculo por demás desagradable. Emilio lo miraba a centímetros de distancia.
Yo mismo, al ver mi mano izquierda aún con signos de aquella quemadura con una sartén lo recuerdo, ese día había estado en mi casa, en mi cocina, incluso apoyado contra la mesada de mi pequeña gran tragedia.
Si de música se trataba, era mejor que a uno lo reprobara, todos sus ídolos musicales habían muerto, no quedaba ni uno vivo, y ninguno de viejo, el que no se cayó con un helicóptero se murió de sobredosis de aspirineta, todos con una mala leche inexplicable.
Todo un personaje este Emilio, capaz de llamarte el día de tu cumpleaños, 2 años seguidos después de egresar, con puntualidad inglesa solo para decirte si querés ir a jugar al fútbol, o de, viviendo a 30 metros de tu casa tomarse un taxi delante tuyo espetándote un:
– Chau, che.
Digamos que era un tipo complicado, de esos que no son mala gente, pero mejor de enfrente, porque le repito que yo no creo, pero las cosas pasan, y esto que le cuento no son cuentos de mi abuela, no, todo esto yo lo vi con mis propios ojos. Nunca me voy a olvidar, en la esquina de Senillosa y Rosario cuando con Leo le contamos un proyecto de reciclado de papel, el tipo nos escuchó interesado, compenetrado, impertérrito para luego sentenciar…mmmm, eso no va a funcionar.
Y no, no funcionó.

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